A cada generación le toca su independencia 1816 – 2020
Por Carlos Javier García
Escuela de gobierno- Municipio de Ituzaingó.
A fines de la década de 1980 el imperio dominante en Occidente intentó convencer al mundo de que habíamos llegado al Fin de la Historia. Esto no quería decir que no sucederían nuevos hechos, nuevas elecciones presidenciales, nuevas guerras, nuevos descubrimientos, nuevos mundiales de fútbol…
El mensaje encerraba una amenaza mucho más desoladora. Lo que afirmaba, con la prepotencia de su poder económico y militar, es que ocurriera lo que ocurriera nada iba a cambiar el estado de la situación en el mundo. Los ricos son ricos y los pobres son pobres. La injusticia y sus secuelas de hambre, desnutrición infantil, falta de acceso a la salud y a la educación dejaban de pertenecer al análisis de las ciencias sociales, para convertirse en temas a ser tratados con los parámetros de las ciencias naturales.
“¿Nos tocó ser el pez grande y a ustedes los más pequeños?” –se preguntaban con cara de ingenuos–, “es el destino manifiesto” –se contestaban con hipocresía disfrazada de resignación. El mensaje, propagado por los medios hegemónicos de cada región (que habían empezado a apropiarse con el dinero o con la sangre), nos decía que la historia ya no nos indicaba un lugar a dónde ir, no había una utopía que alcanzar. La consecuencia inmediata, pero disimulada, es que la política ya no tenía sentido.
El mundo sin historia es un mercado y éste no necesita líderes que interpreten al pueblo, sino gerentes que lo administren y porteros que clasifiquen quién entra y quién no.
No era muy distinta la situación casi dos siglos antes en Sudamérica.
Escasas potencias imperiales establecieron una globalización incipiente y, con la excusa de la civilización y el progreso indefinido, se habían distribuido el mundo y la historia como un mercado en el que la regla central era “todo vale”.
Poco tiempo después le pusieron el bonito nombre de “división internacional del trabajo”, clasificando a las naciones en dos categorías: unas eran “talleres”, es decir basaban su progreso económico en la industrialización, y otras estaban destinadas a ser “granjas”, es decir su economía se basaba en exportar materias primas que eran aprovechadas por las naciones talleres para enriquecerse cada vez más.
Su mensaje era en esencia el mismo que escuchamos hoy: “Nosotros somos los dueños de la historia, la comprendemos, la construimos, le damos sentido. Nada ni nadie podrá cambiar este destino de grandeza que nos fue concedido por Dios”. Paradójicamente algunos usaban argumentos teológicos para negar las enseñanzas del Evangelio.
Pero hubo varones y mujeres que percibieron claramente que la grandeza de la que se jactaban los poderosos se sustentaba, se alimentaba, de la pobreza del resto. Y porque percibieron actuaron.
Fueron analistas agudos, pero también personas de acción.
Convocar al Congreso en Tucumán era un desafío al Imperio español y con él a toda la realeza europea, pero mucho más era un desafío a la propia capacidad de los criollos de vencer la pretendida verdad de que todo estaba dicho y nada podía cambiar.
Los y las patriotas tenían más convicción que ideología, más esperanza que optimismo, más conciencia de la propia dignidad que miedo, en definitiva, eran más pueblo que oligarquía.
Una interpretación de la historia nos hizo creer que la independencia de los pueblos eran acontecimientos puntuales realizados de una vez para siempre. Con esta artimaña nos presentaban un conjunto de héroes nacionales inalcanzables para el común de la ciudadanía y la independencia nacional se convirtió en un hecho del pasado, sólo apto para ser recordado en actos escolares.
Así San Martín se convirtió en un brillante militar, para acallar la dimensión política de su legado que nos convocaba a construir la Patria Grande Sudamericana. Belgrano quedó retratado como el creador de la bandera, para silenciar su propuesta económica de impulsar la industria y la educación de las mujeres, a contrapelo de las ideologías de las naciones poderosas.
Ayer como hoy –es doloroso pero necesario señalarlo– los opresores externos contaron con cómplices que vendieron la dignidad de la Patria por treinta monedas manchadas con la sangre derramada del pueblo. Por eso es bueno señalar, sin desconocer el valor de los hechos ocurridos en el pasado, que la libertad de la Patria no es un estado que se alcanza de una vez para siempre.
La libertad es una utopía colectiva que nos impulsa a caminar hacia ella y ese caminar junto a las y los compatriotas se llama liberación. La cordillera a la que se enfrentó San Martín tal vez ahora se denomina Deuda Externa; las reformas educativas y económicas que impulsó Belgrano, tal vez ahora se llaman CONICET o ARSAT.
Este proceso que parece que nunca acabará no nos debe llevar al desaliento. Por el contrario es una señal que nos indica que cada generación tiene su lugar y, por lo tanto, una tarea que realizar en la historia nacional.
San Martín, Belgrano, Juana Azurduy, Manuela Pedraza, Tupac Amaru, Güemes, Ramón Carrillo, Cecilia Grierson, Tosco, Rucci, Ongaro, Néstor Kirchner… y tantos otres, cada cual desde su militancia y convicciones, comprendieron esta verdad y se hicieron cargo de su tiempo y de su tarea. Se renuevan los patriotas y también los vendepatria, o ¿acaso el macrismo no ha transitado los mismo derroteros que Bernardino Rivadavia y su Empréstito Baring?
9 de Julio de 1947.
Tal vez llame la atención de que a esta altura todavía no hayamos nombrado a Juan Perón y a Eva Perón. A eso vamos, porque es significativamente importante en este 9 de julio del año 2020, recordar y hacer presente a la vez el gesto que el fundador de nuestro Movimiento hizo en el año 1947.
Lo primero que se puso como base de comprensión de la realidad es que sin independencia económica la soberanía nacional es un concepto vacío y la justicia social un objetivo inalcanzable, sin encarnadura en la vida cotidiana del pueblo.
Recordemos algunos pasajes del Acta subscripta hace 73 años, que en su primer párrafo decía:
“En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a los nueve días del mes de julio de mil novecientos cuarenta y siete, (…) se reúnen en acto solemne los representantes de la Nación, en sus fuerzas gubernativas en sus fuerzas populares y trabajadoras, para reafirmar el propósito del pueblo argentino de consumar su emancipación económica de los poderes capitalistas foráneos que han ejercido su tutela control y dominio, bajo las formas de hegemonías económicas condenables y de los que en el país pudieran estar a ellos vinculados”.
Notemos que se señala que se busca la emancipación de dos enemigos “de los poderes capitalistas foráneos (…) y de los que en el país pudieran estar a ellos vinculados”. Es decir, o triunfa el proyecto nacional y popular de país o triunfa el proyecto cipayo, aliado a la oligarquía financiera internacional.
Ésta es la contradicción principal en este momento histórico para nuestra generación. Éste es el escenario de nuestro 9 de julio.
Pero hay un elemento más a resaltar en aquella acta del año 1947, elemento que encarnó en su propia vida la compañera Evita. El peronismo no entiende la independencia económica como un arma para imponerse sobre otros pueblos, sino como una herramienta para construir la solidaridad entre los seres humanos. Detengámonos por unos instantes en la belleza política de estas palabras:
”La Nación alcanza su libertad económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno poder para darse las formas que exijan la justicia y la economía universal, en defensa de la solidaridad humana ”. (1° párrafo del Preámbulo)
Recordar es un ejercicio de la memoria que se vuelve estéril si el corazón no rescata las fuerzas del pasado para luchar en el presente. Hemos recuperado el gobierno de la Nación, pero aún nos falta mucho para contar con el suficiente poder político para restituir plenamente la libertad política, la independencia económica y la justicia social para el pueblo. Sin distribución de la riqueza en las manos de las mujeres y los varones que la producen no habrá justicia social posible.
Sin Patria Grande la Argentina se ahoga en una estrategia geopolítica sin salida. Sin un nuevo esquema de distribución poblacional sobre nuestro territorio nos amontonaremos en ciudades, que siempre serán ajenas, en el imperio frío de la pobreza, sin acceder (o haciéndolo lastimosamente) a la Tierra, el Techo y el Trabajo (las tres T del papa Francisco).
La historia no terminó, simplemente porque es la oportunidad para que los seres humanos construyamos un mundo en el que nadie se le niegue la dignidad de su humanidad.
Queda mucho por hacer. El 9 de julio de 1816 y el de 1947 nos siguen convocando. La Casa de Tucumán nos reclama que la saquemos de las hojas muertas de los libros donde la encerró la historia oficial y cipaya y nos dice que está, con las puertas abiertas, en cada rincón de la Patria, donde la necesidad de un hermano y una hermana nos recuerde que hay un derecho por restablecer.
Compañeras, compañeros: Si estamos dispuestos de hacernos cargo de nuestro 9 de julio, entonces podremos gritar muy fuertes ¡Viva la Patria!